Un gol épico y una paliza a Brasil que ratifican la redención de "la nuestra"

La historia de un estilo nacional que nació hace 100 años y tuvo picos altos y bajos, pero resurgió en el Mundial y ante Brasil vivió su punto cúlmine con un gol de 34 toques y un baile histórico ante el archirival.

Argentina gana 1-0 y Brasil no la toca. La pelota va al medio. Ota juega con Paredes, que busca ir hacia adelante con Enzo. El ex River rebota y vuelve al ex Boca, ya entre los centrales. Desplega con Cuti, que busca a De Paul. No hay verticalidad y se vuelve a Paredes. Un pase hacia adelante, con Enzo, busca empezar a tener profundidad, hasta llegar a Tagliafico, pero Brasil se cierra bien. Vuelta a Enzo y a De Paul, algo más atrás. Desciende MacAllister y se suma al circuito. Otra vez a De Paul, que no tiene opciones y regresa con Ota y de ahí al Cuti. Presiona Vinicius y la jugada sigue con el pase N° 17 hacia el Dibu. El arquero no la para bien y deriva a Ota, que abre a Cuti, del otro lado. Casi desde la línea de costado, el 6 juega con Dibu y vuelta a empezar con el capitán. Tagliafico desciende y se acercan los volantes, otra vez. Enzo a Paredes. Ya se escucha algún olé en la platea... Aparece Almada para participar, toca y se va, Ota limpia con Cuti. Bajan los aplausos. Romero se la mete a De Paul, quien se da vuelta y acelera. A Brasil ya se lo nota cansado de tanto correr detrás de la pelota... La bola llega a Paredes, que abre firme con Enzo a su izquierda. Fernández mete un sprint de 30 metros con pelota al pie y entra al área. Usa a Taglia de señuelo y mete adentro. Julián recibe casi en el punto del penal y de primera saca afuera a De Paul, que hace una pausa breve y abre a Molina. Nahuel aparece por primera vez en la jugada, vacío y sorprende. El centro, firme y rasante, pasa a dos defensores y le queda justito a Enzo que define en un toque. Una jugada mítica, con 34 toques, que termina en un golazo, histórico, por la acción, por el rival, por el baile de este 4-1 que quedará en la memoria colectiva de muchos.

Argentina, en su mejor momento de la historia. Brasil, probablemente, en el peor. Un equipo con una identidad marcada, compromiso, juego moderno, espíritu colectivo, humildad y personalidad, con líderes de fierro, dentro y fuera del campo, que hablan en la cancha, contra otro desdibujado, en crisis, sin el talento de antes, con graves falencias colectivas e individuales, además de contar con algunos referentes que eligen hablar antes de "paliza" y luego se comen una. El pentacampeón, nada menos, que lleva cinco partidos sin ganarle a su archirrival, anotando apenas un gol y perdiendo dos veces en el Maracaná, una de esas siendo una final. Argentina es apenas una de las cinco selecciones con historial positivo ante Brasil con 41 triunfos, el único que pudo hacerle 4 goles en Eliminatorias.

Pero acá, más allá de momentos históricos, la idea es poner el foco en el mejor seleccionado de nuestra historia, por lo que hace y cómo lo hace. Un equipo bien moderno, con volantes que vuelan, que entran y salen, que maneja el equipo, los tiempos del partido y especialmente, la pelota. Es un volver a las fuentes. Un volver a la nuestra. A jugar con la pelota, al toque como bandera, al pase como respuesta a todo. En esa jugada que detallamos se resume todo, el por qué hace años que Argentina es el equipo más dominante y ganador del mundo, bicampeón de América y campeón del mundo, primero en el ranking FIBA y único puntero de las Eliminatorias con 31 de los 42 puntos posibles.

argentina brasil

El martes a la noche el ciclo de Scaloni llegó a los 85 partidos, con 60 triunfos, 17 empates y apenas 8 derrotas, logrando el mayor invicto en la historia nuestra (36 partidos). Y una era que arrancó en septiembre del 2008 ha logrado hacer uno de los mejores partidos, siete años después. El equipo pareció tocar el techo en el Mundial pero nunca se detuvo y ahora volvió a jugar como en sus mejores noches. Hizo fácil algo que históricamente fue muy difícil. O incluso, yendo más allá, imposible. Porque bailar a Brasil siempre fue imposible. O casi. Estos chicos lo lograron.

Y, lo más importante, lo lograron siendo fiel a un estilo mítico. Criollo. A “la nuestra”, una denominación que es casi tan vieja como el fútbol de nuestro país. Los hermanos Brown, figuras del Alumni que dominó a comienzos del siglo pasado, ya hablaban de eso y el periodista Borocotó trazó un perfil de nuestro estilo en una edición de la revista El Gráfico, en 1928, buscando que el fútbol fuera algo más que un deporte de ingleses jugado por argentinos. Pluma influyente, buscaba redefinir una manera -nacional- de jugarlo, de agregarle al deporte el ingenio de la picardía criolla. La nuestra en definitiva. Un modo propio. La argentinización del fútbol.

Fue Racing el primer equipo estéticamente argentino:pases cortos, habilidades individuales, creatividad, improvisación. Así nació el apodo La Academia para un equipo que, en siete torneos, sólo perdió cinco de 129 partidos. Le decían así básicamente porque era un equipo que enseñaba a jugar. A los rivales, a la gente, a ellos. Era como una respuesta al origen inglés de nuestro fútbol. Llamar a un equipo nuestro de esa forma es otorgarle un grado de educador en cuestiones futbolísticas. Y más cuando ese equipo y la mayoría estaba formado por descendientes europeos (básicamente italianos y españoles) no británicos, más allá de que muchos nombres de instituciones provenían del inglés.

A continuación, giras por Europa que hicieron Boca -reforzado- y San Lorenzo, con muy buenos resultados, apuntalaron la creación de ese imaginario. La estética, claro, creció a caballo de las victorias. Tampoco es casualidad que la nuestra haya surgido de los potreros porteños, de terrenos tan irregulares que obligaba a que los jugadores desarrollaran distintas habilidades, como precisión en el control de la pelota, exactitud en las entregas, recursos para fintar ante adversarios y manejar estrategias para minimizar errores, como pases cortos para asegurar la posesión y agrupamiento en pos de mantener distintas opciones de pases. Un ideal de juego contrapuesto al imaginario inglés de pases largos y preponderancia del juego aéreo. Cualquier semejanza con la Scaloneta no es pura coincidencia…

Argentina vs Brasil
El Mundial significó el regreso a jugar desde la pelota.

El Mundial significó el regreso a jugar desde la pelota.

Si seguimos con la historia, en aquellos años tuvimos un socio al lado: Uruguay surgió con la misma propuesta, tomar el fútbol como suyo, fundando clubes propios y sin pensar a Europa como escuela. No fue casualidad que haya sido el primer país de América que dominó, desde las medallas olímpicas en 1924 y 1928 y el campeonato del mundo en 1930. La guapeza, la técnica, el sacrificio y la pasión eran virtudes en común.

A mediados del 35 cambió el dominio sudamericano y “la nuestra” se afianzó, juego de ataque, con pases a ras de piso que generaban no sólo resultados sino una estética distinta.No fue casualidad que Argentina ganara siete Sudamericanos de 11 disputados. La Segunda Guerra Mundial y conflictos entre países le quitó la chance a la Selección de demostrar su juego a otro nivel, en el mundo. Fue cuando el gobierno de facto buscó cambiar todo, incluso el estilo de juego. Los militares querían parecerse a los europeos hasta en el fútbol. Fue cuando llegó el Desastre de Suecia, en el Mundial de 1958: aquel 1-6 ante Checoslovaquia que significó, como titularon los diarios del mundo, “la caída del estilo argentino”.

Prosiguió una etapa de confusión, con una Argentina ya sin ser potencia dudando de cómo debía jugar...Se empezó a buscar a jugadores más físicos, duros, en detrimento de la técnica, se priorizó el trabajo, dejando de lado el talento y “la nuestra”, en síntesis. ¿El resultado? Ni siquiera se logró la clasificación al Mundial del 70.

Lo que vino después es una historia más conocida, el volver a la esencia, a las fuentes, que intentó -y logró- César Luis Menotti, durante dos Mundiales, uno que terminó con el primer título del mundo. Pero, después, llegó otro estilo, el de Carlos Bilardo, que terminó generando una antinomia de estilos que marcó -y dividió- a nuestro fútbol. Dos personalidades muy fuertes, con ideas completamente distintas, que sin embargo demostraron que se podían ganar con ambas.

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Pero, en el medio de esa nueva grieta nacional, el fútbol argentino demostró que “la nuestra” nunca murió, siempre estuvo latente, aunque no fuera el estilo predominante en la mayoría de los equipos. Sobrevivió, muchas veces, en jugadores, en un Maradona, en un Ortega, en un Riquelme o en un Aimar, en todos aquellos que tenían potrero en su sangre. Claro, también hubo de los “otros”, primero porque en el fútbol hay distintos roles y segundo por la fortaleza que ha tenido el influjo del fútbol europeo, con nuestras figuras siendo vendidas para seguir allá sus carreras y terminar de hacer un master futbolístico y como profesionales. Pero “la nuestra” siempre estuvo ahí, nunca se fue, y con este equipo volvió en toda su dimensión, pese a que el 95% del plantel juega en Europa.

El Mundial significó el regreso a jugar desde la pelota, de juntar pases, de la movilidad, de las paredes, de las triangulaciones, de tenerla nosotros, de ser protagonistas desde ese lugar, de no renunciar nunca a jugar...En velocidad, claro, porque ya nadie juega al trote, pero siempre con pelota al pie, jugando simple, con concepto, buscando los espacios. Pero siempre desde el pase como nexo. Como volvimos a verlo en el inexpugnable Monumental, donde la Selección ganó todos sus partidos en este ciclo, con 25 goles a favor y 1 en contra.

Argentina volvió a las raíces, a la esencia de su fútbol. Siempre teniendo el potrero en la sangre, siempre buscando arriesgar con la pelota, no con el fútbol vertical, el bochazo largo, la velocidad, los grandes, la segunda jugada…

Messi, ya sabemos, juega siempre. Y cómo. Incluso hoy en día, sin la explosión de antes. Pero no estuvo Leo y Argentina le dio una paliza a Brasil. ¿Por qué? Porque juegan todos. Argentina es el mejor por su medio campo. Su tic tac es imparable. Pero lejos de ser un tic tac intrascendente, no es posesión, no es tenerla por tenerla. Es siempre buscar ir para adelante, pero sabiendo que se puede ir para atrás. Porque yendo para atrás se mueve al rival, se lo saca de su zona de confort y se abren los espacios.

Y ahí, al circuito, se suman todos. Enzo, Paredes, Alexis y De Paul son los motores, los que tocan y tocan, con una técnica y precisión impactantes. Pero no son los únicos. Porque los centrales y hasta Dibu reciben y juegan. Los laterales abren la cancha y se suman, siempre buscando ser profundos, mejor si es por sorpresa. Como Nahuel ayer o ante Países Bajos. Los enganches, como pueden ser Almada o Dybala, se suman al circuito y juegan. Pero se dan vuelta y te encaran. Son todos audaces, aventureros, que se conectan desde la pelota y viven tomando riesgos, desde su área hasta la rival.

Argentina Brasil
Nunca renunció a la nuestra, al ADN  argentino, a seguir jugando.

Nunca renunció a la nuestra, al ADN argentino, a seguir jugando.

Por eso el golazo del 2-0 en la final ante Francia. Por eso el golazo del 2-0 ante Brasil en el Monumental.

Este equipo nunca renunció a la nuestra, al ADN argentino, a seguir jugando, sin importar el contexto y el resultado.

No es casualidad que así Argentina haya ganado la tercera estrella. Y que dos de tres mejores de la historia sean argentinos. Y tres de los mejores 10, si incluimos a Alfredo Di Stefano.

Nada es casualidad.

El Mundial, además de la tercera Copa, significó la redención de nuestra esencia, del talento, del potrero, de la pasión, de la personalidad, de nuestro corazón, de seguir peleando no importa qué...

Al final no era, como dijeron algunos irrespetuosos jugadores europeos, que sólo allá se juega un fútbol de elite. Acá se juega “la nuestra” y está más viva que nunca en el corazón del mejor equipo de nuestra riquísima historia.

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