A pocos kilómetros del litoral de Brasil se encuentra una isla que a simple vista puede parecer muy linda, pero en su interior contiene uno de los mayores peligros para el ser humano. Se trata de Queimada Grande, un territorio ubicado frente a las costas del estado de San Pablo, que fue señalado como uno de los sitios más inhóspitos del planeta. En este lugar, se estima que una persona no resistiría ni medio minuto con vida.
Este lugar también es conocido como Isla de las Cobras, ya que le debe su reputación a la impresionante concentración de serpientes venenosas que lo habitan. Su peligrosidad es tal que desde hace décadas se encuentra cerrada al público por orden del gobierno brasileño, con el único ingreso permitido a expertos en biología que cuentan con autorización oficial.
A pesar del riesgo, la isla sigue generando interés en la comunidad científica, especialmente por las propiedades del veneno de la cabeza de lanza dorada, una de las especies que más llama la atención y que podría tener aplicaciones médicas futuras.
Queimada Grande y su acceso prohibido
La isla ocupa cerca de 430 mil metros cuadrados y fue en el pasado el lugar donde funcionaba un faro operado manualmente. Con el paso del tiempo, su automatización hizo que el lugar quedara sin habitantes, y desde entonces, solo las serpientes gobiernan el terreno.
Queimada Grande es el hogar de unas 15 mil víboras, lo que la convierte en el punto con mayor número de serpientes por metro cuadrado en todo el planeta. Entre estas, predomina una especie endémica extremadamente peligrosa: la Bothrops insularis, conocida por su nombre común como cabeza de lanza dorada.
Este reptil, de comportamiento agresivo, puede medir hasta 1,2 metros y posee un veneno considerado cinco veces más potente que el de otras especies similares. Según el herpetólogo Paulo Silva, una mordida en la isla tendría consecuencias inmediatas: desde sangrados internos hasta parálisis y muerte en menos de un minuto.
Queimada Grande
National Geographic
El ingreso a Queimada Grande fue restringido oficialmente en la década del 80, cuando se declaró reserva ecológica de gran valor científico. Desde entonces, solo se permite el acceso con permisos especiales a investigadores, quienes deben seguir protocolos estrictos para no alterar el ecosistema. No está permitido recolectar muestras ni interferir con la vida natural sin justificación validada.