El 17 de noviembre de 1972, Juan Domingo Perón volvió a la Argentina tras 17 años de exilio. Un periplo que comenzó con el derrocamiento de 1955 y lo llevó a estar asilado en Paraguay, Panamá, Nicaragua, Venezuela, República Dominicana y España.
Una comitiva integrada por dirigentes políticos, líderes sindicales, figuras del deporte y del espectáculo viajó a Roma para repatriar a Juan Domingo Perón. El regreso del líder tras 17 años de exilio renovó las chances de un cambio político en un país cansado de los golpes militares. También expuso las tensiones internas del peronismo.
El 17 de noviembre de 1972, Juan Domingo Perón volvió a la Argentina tras 17 años de exilio. Un periplo que comenzó con el derrocamiento de 1955 y lo llevó a estar asilado en Paraguay, Panamá, Nicaragua, Venezuela, República Dominicana y España.
Durante su larga ausencia, el país debió afrontar una profunda inestabilidad política, alternando entre gobiernos civiles y golpes militares. Todos intentaron correr a Perón de escena. Ninguno lo consiguió. Los dos presidentes elegidos en las urnas durante ese período, Arturo Frondizi en 1958 y Arturo Illia en 1963, llegaron a la Casa Rosada con el peronismo proscripto.
Así como el Cordobazo, en mayo de 1968, significó el principio del fin de la dictadura de Juan Carlos Onganía, la masacre de Trelew marcó un quiebre para el gobierno de facto de Alejandro Agustín Lanusse, que frente a la conmoción y a la presión social se vio obligado a llamar a elecciones.
Perón seguía siendo un símbolo para millones de argentinos que lo veían como la única figura capaz de unir al país, pero la dictadura impuso como condición que los candidatos tuvieran que encontrarse en el país antes del 25 de agosto de 1972, un requisito imposible de cumplir para el líder, que vivía exiliado en Madrid. Fue entonces que desde la CGT y desde el Partido Justicialista pusieron en marcha los preparativos para el retorno de Perón.
En su libro Conocer a Perón: destierro y regreso (2022), Juan Manuel Abal Medina –secretario general del Partido Justicialista y último delegado de Perón- recuerda los días previos al regreso del General: “En el país, el clima era denso, espeso, alegre, contradictorio, vivaz. El pueblo peronista no terminaba de creer en la posibilidad de que, finalmente, pudiera encontrarse con su conductor”.
“En los ojos de millones y millones de argentinos, todavía estaban presentes los años felices del primer peronismo, con su batería de políticas populares, con redistribución de la riqueza, con su justicia social, con el pleno empleo. Por aquellos días, millones de peronistas recordaban también los años duros de la resistencia, en los que hasta la palabra ‘Perón’ estaba prohibida; los años de represión, los fusilamientos, los caños, los sabotajes, las huelgas, los desencuentros, las corridas, los gases, la impotencia, la preponderancia de los dictadores, los asesinatos, la pobreza, la indignidad, las cárceles y las muertes. Para ellos, trabajadores e hijos de trabajadores, clases medias recién arribadas, el peronismo había sido una dulce realidad que en ese momento parecía volver a tener razón de ser”, narra Abal Medina.
El regreso de Perón fue planeado meticulosamente por importantes referentes de la CGT y del Partido Justicialista. Un vuelo chárter de Alitalia partió desde Ezeiza con rumbo a Roma para repatriar a Perón. A bordo de la nave viajaban dirigentes políticos, militares retirados, empresarios, líderes sindicales, figuras del deporte y del espectáculo, intelectuales, científicos, profesionales, artistas y sacerdotes.
Entre los pasajeros se encontraban los cantantes Leonardo Favio, Marilina Ross y Hugo del Carril (la voz de la Marcha Peronista), el futbolista José Sanfilippo, la modelo Chunchuna Villafañe, el padre Carlos Mujica, y los dirigentes políticos Vicente Saadi, Antonio Cafiero, Carlos Menem, Héctor Cámpora, Oscar Bidegain, Deolindo Bittel, Nilda Garré, Marta Lynch, Vicente Solano Lima, Jorge Taiana, Lorenzo Miguel, Guido Di Tella, Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Luis Duhalde, entre muchos otros.
La lista fue aprobada por el propio Perón, que en ella buscaba representar a los diversos sectores del peronismo.
En su libro El presidente que no fue (1997), el periodista Miguel Bonasso relata detalles de aquel vuelo: “Perón no saludó al pasaje en su conjunto. Cada tanto alguien era llamado por el delegado, cruzaba la cortina color arcilla y se sentaba junto al jefe, que lo recibía de buen ánimo, impecablemente vestido con su traje oscuro, su camisa blanca y una corbata clara con adornos octogonales. En la solapa, aunque había dicho que ya estaba más allá del peronismo, lucía el escudito justicialista”.
“Cuando el avión se acercó a la costa africana le sirvieron la cena, que comió con apetito: tarteleta de gruyere con alcauciles, pechuga fría al marsala y unas masitas. Bebió champagne francés y prendió un pitillo. Tomó el café, conversó muy animado con Armando Puente. Nada estaba dicho en ese momento sobre la posibilidad del retorno. El comandante de la nave dispuso cargar varias decenas de toneladas de combustible extra para poder desviarse a Asunción por si la dictadura argentina decidía prohibir el descenso en Buenos Aires”, cuenta Bonasso.
El periodista Hernán Brienza, por su parte, también reconstruyó aquel viaje: “Cuando la nave alzó vuelo, Alitalia convidó a los pasajeros con una vuelta de champagne mientras que en los parlantes sonaba la Marcha Peronista, que fue coreada por la mayoría de los presentes, que le sonreían y lo vivaban al mismísimo Hugo del Carril, uno de los pasajeros del chárter”.
En un momento dado, Perón mandó a llamar a Chacho Pietragalla, representante de la Juventud Peronista, quien apenas tenía 20 años. “Perón tomó un maletín de mano que tenía al lado de su asiento y lo abrió. Tenía dos pistolas. Le dijo a Pietragalla que él sabía quiénes eran ellos, y que, en caso de problemas al llegar a Ezeiza, ‘una la porto yo y la otra usted. El primero que va a aparecer por la puerta del avión voy a ser yo. Si Rucci no está al pie de la escalerilla esperándonos, es que empezó la guerra’”, cuenta Brienza que le dijo Perón a Pietragalla.
El delegado de Perón ante la Juventud Peronista, Rodolfo Galimberti, había arengado a los estudiantes universitarios para ir a Ezeiza “con piedras o algo más”. Perón le pidió a Abal Medina que calmara las aguas para evitar declaraciones duras o violentas por parte de algunos sectores del movimiento.
“Sería mejor que Perón no aterrice en Ezeiza”, les dijo un emisario del gobierno de Lanusse a Juan Manuel Abal Medina (padre) y José Ignacio Rucci. “Mejor que el General llegue porque, si no, declaramos una huelga general por tiempo indeterminado”, amenazó el secretario general de la CGT y representante de la UOM.
El día anterior a pisar suelo argentino, Perón envió un mensaje a la militancia peronista a través de una carta, en la que les pedía “cordura y madurez política” para mantenerse “todos dentro del mayor orden y tranquilidad”.
“Mi misión es de paz y no de guerra (…) La vida es lucha, renunciar a ésta es renunciar a la vida, pero, en momentos como los que en nuestra Patria se viven, esa lucha ha de realizarse dentro de una prudente realidad. Agotemos primero los módulos pacíficos, que para la violencia siempre hay tiempo. Desde que todos somos argentinos, tratemos de arreglar nuestros pleitos en familia porque si no, serán los de afuera los beneficiarios. Que seamos nosotros, los peronistas, los que sepamos dar el mejor ejemplo de cordura”, rogó Perón en aquella misiva.
Aquel viernes lluvioso se produjo una multitudinaria movilización hacia Ezeiza, en medio de un clima de extrema tensión. La dictadura de Lanusse ordenó a la policía reprimir a los manifestantes que intentaban acercarse de cualquier manera al aeropuerto.
“La situación era incontenible. Cerca de mil personas lograron ocupar la terraza del aeropuerto para poder ver con sus propios ojos el momento en que Perón volviera a pisar tierra argentina después de diecisiete años”, recuerda Abal Medina en su libro.
El avión de Alitalia sobrevoló dos veces el aeropuerto, hasta que desde la torre de control le dieron pista. “Cerca de las 11:10, el avión tocó suelo argentino. Adentro, los pasajeros aplaudían y coreaban ‘Perón, Perón’, como un grito de victoria. El General, a través de Cámpora, pidió que se cantara el himno nacional. Todo era alegría y felicidad”, prosigue Abal Medina.
Al bajar la escalerilla junto a Isabel, su esposa, Perón se abrazó con Rucci y Abal Medina. “¡Lo hicimos!”, les susurró. Rucci abrió el paraguas negro. Perón alzó sus brazos.
El regreso significó una enorme victoria para los peronistas, la concreción del tan anhelado “Luche y vuelve”.
El regreso de Perón renovó las chances de un cambio político en un país cansado de los golpes militares y las restricciones políticas.
Fue una breve visita, que duró menos de un mes, pero se convirtió en un preludio de su retorno definitivo en 1973, en el que asumiría su tercera presidencia y despertaría una oleada de entusiasmo en amplios sectores de la población que veían en él una esperanza para restablecer el orden y la justicia social.
Su regreso también reveló las tensiones internas del peronismo, que se había fragmentado entre sectores de izquierda y derecha en su ausencia. Una fractura que desencadenaría años de conflictos y violencia, con dolorosas consecuencias para la sociedad argentina.