Apretado por la falta de dólares y el atraso cambiario, el Gobierno de Javier Milei tiene al FMI como único salvador para que su plan no fracase. La táctica del dólar planchado para contener la inflación y la profundización del ajuste como eje central de la política oficial comienzan a mostrar sus límites y sus consecuencias negativas, no sólo en términos económicos sino sociales.
Por un lado, después de un año de mandato, los efectos de esas medidas se sienten en la economía real, con una caída catastrófica del consumo, creciente recesión y un recalentamiento de los reclamos sociales por el impacto de las políticas de motosierra. Por otro, la dilación en la definición del acuerdo con el FMI y las repercusiones del escándalo de la estafa de San Valentín -de las que el presidente no puede despegarse- tienen consecuencias políticas y retroalimentan los temblores.
Los ejemplos estadísticos comienzan a verse en cada una de las encuestas que se publican. La última que difundió la consultora Analogías lo muestra claramente. A la pregunta acerca de si Javier Milei participó de la estafa con la criptomoneda, el 54,6 % de los consultados contestaron afirmativamente y sólo el 30, 3 % lo hicieron con un rotundo no. Pero también hay otra que muestra una percepción creciente. “¿Cree usted qué hay corrupción en el gobierno de Milei?” fue la requisitoria. Y la respuesta fue “mucho” o “bastante” en un 48 % de los casos.
Otra encuesta, la de Sentimientos Públicos muestra resultados consonantes. “¿Cuál fue el grado de participación de Javier Milei en el criptogate?” se consultó y el 53% contestó que fue "cómplice", por motivos propios o de su entorno. Además, un 23 % consideró que fue víctima de un engaño pero actuó con irresponsabilidad.
Una imagen dañada
La imagen presidencial está dañada, de eso no hay dudas, y la ilusión del gobierno de que el escándalo es demasiado técnico como para permear en la sociedad quedó atrás. La reacción de un grupo de damnificados en Bahía Blanca, echando a Patricia Bullrich por considerar que hacía proselitismo con la terrible tragedia que les tocó vivir en estos puede ser también otro indicio de esa caída en la consideración pública.
En el exterior, las cosas no mejoran. Los artículos del New York Times y The Wall Street Journal, muy críticos de la participación del primer magistrado argentino en la estafa cripto le dan relevancia internacional al escándalo. El caso de Maria Anastasia O’Grady, es significativo. Conservadora y crítica del kirchnerismo, la editorialista del Journal hizo un duro análisis de la gestión de Milei, bajo el título “Milei sufre heridas autoinfligidas”. ¿Esto derivará en problemas de gobernabilidad o en una eventual derrota en las elecciones legislativas de este año? Parece aventurado y hasta erróneo un vaticinio como ese.
En la misma encuesta de Analogías, muchos de los que señalaron cierta responsabilidad de Milei en el caso Libra, adelantaron que podrían votar a La Libertad Avanza en la cita de medio término. A la pregunta “¿Y en el caso de las elecciones de este año a quién votará?”, el 33,1 % de los entrevistados contestó “a la fuerza de Javier Milei”, casi 3 puntos por encima del peronismo. Quizás por eso, el gobierno continúa tomando decisiones públicas, concretas y simbólicas, como si nada hubiera pasado.
Un ejemplo pudo verse este sábado. Al 8M y la marcha de mujeres, la Casa Rosada le contestó con una provocación en redes: “Este 8 de marzo reafirmamos nuestro combate frontal a la ideología woke que busca lucrar dividiendo a nuestra sociedad.” La invectiva conservadora, disfrazada de batalla cultural, ya es una marca registrada de la administración Milei pero también, como sucede con el gambeteo a las discusiones acerca de la corrupción, se apoyan en una convicción sobre la sociedad. La concepción libertaria es que los argentinos dejaran pasar cualquier situación, incluso antirepublicana, a cambio de la baja sostenida en la inflación.
Llegar a las elecciones
Por eso la desesperación oficial por seguir sosteniendo la política de dólar barato, aún sabiendo que no tiene futuro. El objetivo es llegar a las elecciones para conseguir -a través de un triunfo- aire político para afrontar la debacle del plan, que sobrevendrá tarde o temprano.
Por eso, la pregunta obligada es si el DNU presidencial para imponerle al Congreso el acuerdo con el Fondo es una muestra de debilidad o de fortaleza. En la superficie parece otra muestra de una voluntad de gestión que es exactamente opuesta al posibilismo exasperante de Alberto Fernández y la continuidad de un programa que Luis Caputo ensayó en el gobierno de Mauricio Macri.
“Tiene que hacer el ajuste más rápido y más profundo”, deslizó Macri, en una autocrítica velada de su gobierno. Caputo, que quizás no sea el mejor ministro de Economía de la historia pero sí el máximo endeudador, sabe que al Fondo no le importan las condicionalidades en el corto plazo -ni siquiera las relacionadas con el tipo de cambio, sino que su cogobierno y el ajuste sea sustentable, algo que hoy no está garantizado.