En 1975, Francisco Laureana dejó una huella imborrable en la historia criminal de Argentina. Este hombre, de físico atlético y apariencia imponente, llevaba una doble vida: por un lado, un artesano y padre de familia; por el otro, un despiadado asesino serial que acechaba a sus víctimas en los chalets de San Isidro. Este seleccionaba cuidadosamente a sus víctimas, casi siempre mujeres y niñas que tomaban sol, y atacaba con precisión los miércoles y jueves a las seis de la tarde.
Lo que comenzó como un trágico crimen en un colegio religioso —donde violó y ahorcó a una monja— escaló rápidamente a una cadena de homicidios que dejó once víctimas fatales y varios intentos fallidos. Laureana no solo asesinaba; robaba pequeños objetos de sus víctimas, que luego guardaba como trofeos en una bota.
Este comportamiento reforzaba el patrón psicológico de un asesino que encontraba placer en sus crímenes y que, en ocasiones, regresaba a las escenas del delito para revivir su macabra obra.
Laureana desconfiaba del mundo exterior. Antes de salir a sus cacerías, advertía a su esposa que no sacara a sus hijos porque “había degenerados dando vueltas”. Sin embargo, su vida como criminal llegó a su fin cuando una niña lo reconoció en un identikit pegado en una heladera. Tras ser identificado, la Policía lo rastreó y lo abatió en un gallinero, donde fue encontrado junto a dos gallinas estranguladas.
Francisco Laureana
El identikit de Francisco Laureana fue clave para su identificación, gracias al testimonio de un testigo sobreviviente.
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Quién era Francisco Laureana
Francisco Laureana, nacido en Corrientes y con formación en un seminario religioso, vivió una existencia que contrastaba radicalmente con sus acciones. El perfilador criminal Luis Alberto Disanto lo destaca como uno de los casos más impactantes del país. Laureana encajaba en el perfil de un asesino organizado, con un modus operandi específico y una obsesión por no dejar rastros.
Francisco Laureana 3
Tras una larga persecución, Laureana fue abatido por la policía mientras se ocultaba, dejando atrás una historia de horror y crimen.
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Además de Laureana, otros casos han sacudido la historia argentina, como el de Claudio Gil o episodios de serialidad colectiva en La Patagonia. Sin embargo, pocos igualan el impacto del llamado "Depredador de San Isidro". Sus crímenes, marcados por la violencia, el cálculo y la planificación, siguen siendo estudiados como uno de los episodios más oscuros del país.