Martín Oesterheld: "El Eternauta es una parte fundamental del rompecabezas de mi identidad"

Nieto del autor de El Eternauta, es consultor creativo y productor de la exitosa serie de Netflix. En esta charla reflexiona sobre los impactos personales, políticos y culturales que desató el boom global de la adaptación del clásico de la historieta argentina. "Esto demuestra que podemos contar historias en nuestros propios términos", afirma.

Martín Mórtola Oesterheld recibe a C5N en el living de su casa, dominado por una biblioteca en la que los originales de El Eternauta conviven con libros de cine, fotos de sus padres, de su abuela Elsa y un enmarcado retrato blanco y negro de su abuelo Hèctor Germán Oesterheld, autor de uno de los relatos más importantes que ha dado la Argentina.

Hace casi 10 días que se estrenó en Netflix la esperada adaptación de la historieta y Martín está al borde de desfallecer, entre un inoportuno resfrío y el desgaste de las decenas de entrevistas que ha estado brindando a medios argentinos y de todo el mundo.

Junto con su primo Fernando –poeta y escritor-, es el único sobreviviente del linaje Oesterheld, cuya historia es uno de los mayores ejemplos de la brutal criminalidad de la última dictadura militar. Además del patriarca Héctor, los grupos de tareas de la Junta Militar secuestraron a sus cuatro hijas Estela, Diana, Marina y, la menor, Beatriz, que tenía apenas 20 años.

Con larga trayectoria en la industria audiovisual, Martín comenzó hace casi 15 años –junto a su esposa, la también productora Laura Bruno- a impulsar la adaptación a la pantalla del clásico creado por su abuelo, primero con la idea de que fuera una película y luego asumiendo que el formato serie sería el adecuado para una fantasía apocalíptica de estas características.

Desde entonces pasó una década y media. Contra muchos pronósticos, la adaptación no solamente se concretó, sino que se convirtió en un fenómeno global, sin hacer concesiones par agradar a nadie y bajo aquella premisa de que si "pintas tu aldea pintarás el mundo". Consultor creativo y productor de la serie, Martín siente que, en muchos sentidos, este Eternauta trae consigo lecturas y enseñanzas duraderas sobre lo que es capaz de hacer la creatividad argentina cuando se enfrenta a desafíos que parecen imposibles.

Antes de comenzar a hablar de la serie me gustaría preguntarte cómo estás viviendo en términos más personales todo es fenómeno de El Eternauta, que despertó un montón de debates sobre la memoria histórica y sobre lo que pasó con tu familia durante la dictadura.

Este proyecto me atraviesa en tres dimensiones que son diferentes y a la vez indivisibles: la de la historieta, la de la serie y la de la historia de mi familia, que fue diezmada por la dictadura militiar. Y yo me siento un poco como el puente entre las tres.

El Eternauta es una obra que que está muy relacionada con mi propia identidad y mi propia construcción personal a partir del hecho de crecer con una familia que la tuve ausente. Parte de la construcción de mi identidad tuvo que ver con encontrarme con los materiales de mi abuelo, con ver las fotos de mis abuelos, de mis viejos y mis tías en esa casa de Beccar donde sucede El Eternauta.

Mi rompecabezas identitario está lleno de piezas que tienen que ver con El Eternauta. Lo que está alrededor tanto de la serie como la obra original es la vida de mi abuelo y su desaparición en el en el año 77, junto a gran parte de nuestra familia. Y lo que narra es la historia de un sobreviviente que tiene que doblar el tiempo y el espacio para reencontrarse con sus seres queridos.

Esa es un poco la circularidad que tiene esta historia, que se acerca mucho al destino su propio autor y, en varios sentidos, al mío propio.

Ya pasaron poco más de 10 días desde el estreno de El Eternauta en Netflix, ¿esperabas realmente que pasara todo lo que está pasando?

Mirá, creo que el estreno fue como pasar una frontera imaginaria. Nosotros veníamos viendo el material mientras atravesaba el montaje, la postproducción y toda la parte del sistema Unreal –que le da el contexto de la nieve y demás efectos- y el resultado nos parecía que funcionaba. De a poco fuimos viendo que el material estaba buenísimo, que había algo inédito y que se había llegado a lograr ese clima de la invasión de Buenos Aires.

El cine y las series tienen algo mágico: vos pensás que tenés todo controlado, que el montaje más o menos funciona, que las cosas más o menos se organizan, pero hasta que no lo ves con la mirada del espectador no entendés bien qué sucede.

Lo que nos encontramos después del estreno es con un algo muy conmovedor. La serie tuvo un impacto impresionante, que reveló las posibilidades de nuestra industria y de sentir que la ciencia ficción en la Argentina tiene un imaginario muy poderoso que se puede representar en nuestros propios términos, sin tener que abrazar los códigos anglosajones.

Creo que todo eso generó una ilusión grande entre los espectadores argentinos y, sobre todo, en las generaciones más jóvenes que están viendo la serie. Como un orgullo nacional vinculado con las posibilidades de la creación en la Argentina, que habla de algo mucho más importante en este contexto que estamos viviendo.

Después, en términos internacionales, creo que la gran novedad ha sido localizar un relato apocalíptico de estas características en un lugar como Buenos Aires, con elementos e historias diferentes a las que se ven desde hace muchísimos años y que ya te aburren.

Uno de los fenómenos más significativos de la repercusión internacional de la serie es el entusiasmo que generó en toda Latinoamérica, que la abrazó casi como propia…

Eso es buenísimo, realmente. En Brasil se está mirando un montón y también en México, como en prácticamente toda Latinoamérica. Y creo que tiene que ver con esto que te decía, sobre que países periféricos como los nuestros puedan plasmar obras de esta ambición, de ciencia ficción, con otro tipo de representaciones y otro tipo de sentidos.

Este es un movimiento que ya había hecho El Eternauta allá en 1957, que es correr los códigos anglosajones y consolidar los propios, para narrar a través de un nuevo lenguaje, que es el de la ciencia ficción latinoamericana. Fue una cosa inédita en ese momento, eso de contar relaciones humanas sencillas, en espacios reconocibles y a través de un héroe colectivo que es un héroe que circula entre la gente común. Es una épica de la gente común, donde se ven representados muchos imaginarios sociales actuales de Latinoamérica.

Es una épica de la gente común, donde se ven representados muchos imaginarios sociales actuales de Latinoamérica. Es una épica de la gente común, donde se ven representados muchos imaginarios sociales actuales de Latinoamérica.

En la Argentina, la historieta es aún considerada como un género menor y la valoración de Oesterheld no está a la altura de los grandes nombres de la literatura, ¿sentís que es como una revancha del cómic argentino todo este fenómeno?

Creo que ahí hay como otra continuidad entre la historieta y la serie. El Eternauta nace de la editorial Frontera, que a mediados del siglo pasado generó un tipo de historietas para adultos que no infantilizaban a los lectores, sino que los llevaban un poco más allá. Eran relatos que leían los trabajadores en los trenes y en los colectivos, que se vendían en en los kioskos de diarios. Eran tremendamente populares y policlasistas, no estaban encerrados en los circuitos de la alta cultura.

Y ahora se produce algo parecido por la vía de Netflix, que genera que exista como una correspondencia en términos populares entre la serie y la historieta, en la posibilidad de que en toda la Argentina, en Latinoamérica y el resto del mundo un público amplio y heterogéneo pueda descubrir esta historia desde la tele de su casa, con un contagio que se está produciendo mucho desde el boca a boca.

Este proyecto tuvo que derribar un montón de mitos y Bruno Stagnaro puso no solo talento sino también coraje. Este proyecto tuvo que derribar un montón de mitos y Bruno Stagnaro puso no solo talento sino también coraje.

Una de las mayores incógnitas que había con respecto a cómo iba a ser recibida la serie era la adaptación al “universo” de Bruno Stgnaro, ¿cómo crees que resultó esa fusión de estilos para los espectadores?

Este es un proyecto que tuvo que derribar un montón de mitos y en ese sentido a Bruno (Stagnaro) no le reconozco solamente el talento sino también el coraje. Había muchos directores que quisieron hacer El Eternauta, pero una cosa es decir y otra cosa es hacerlo. Hay que tener mucha valentía para enfrentarse a todos los límites que impone una historia tan arraigada en el corazón de la gente. Creo que Bruno lo hizo en sus propios términos y en un momento se tuvo que cerrar y mirar nada más a lo que él sentía, que era serle fiel a ese chico que alguna vez leyó El Eternauta y quedó fascinado.

Hubo un momento en que los demás vimos el poder que tenía esa convicción, y la abrazamos y fuimos detrás.

El Eternauta, como todo clásico, siempre tiene algo nuevo que decir y tratar de copiar un formato al otro me parecía que no tenía sentido. Por eso, cuando apareció el nombre de Bruno lo que garantizaba era contar la historia de una manera vinculada a la visión de la calle, con connotaciones históricas y comentarios sociales diferentes, que para mí era un montón. Y él lo expandió hasta mucho más allá de lo que uno podría imaginar.

Uno de los gestos más significativos de la adaptación es la incorporación de los excombatientes de Malvinas como protagonistas de enorme relevancia para la trama, ¿cómo fue que surgió eso?

Yo siempre me imaginé un Juan Salvo de la generación Malvinas. Eso era como un gusto personal, era algo que yo acerqué como una idea que me interesaba y que sintonizó con los intereses que tenía Bruno. Eso nos servía por varias cosas. Primero por el vínculo con las armas, que hoy difícilmente esté por fuera de las fuerzas o policiales o militares. Y también porque tenia mucho que ver con esa idea del héroe de la calle, de un héroe como más olvidado que se ve forzado a volver y a estar a la altura de las circunstancias.

¿Recibieron algún tipo de reacción de exsoldados de Malvinas?

Sí, recibí varias devoluciones de algunos excombatientes que conozco. Fueron muy amorosas y me llenan de una satisfacción tremenda, porque tengo muy presente los 649 combatientes que quedaron en la islas.

La música es, sin dudas, uno de los aspectos más comentados de la serie, es una selección muy particular que se convirtió en un fenómeno en sí mismo, ¿cómo se armó esa banda de sonido?

Imaginate que Spotify hizo enseguida una playlist de la serie y por lo que entiendo es un éxito. En esto también tiene mucho que ver esa convicción de Bruno de la que hablábamos. En los primeos guiones había mil puteadas y toneladas referencias a la cultura popular y a la música argentina. Al principio nos parecía como un poco mucho, excesivo, pero al final se mantuvo firme en eso y tenía razón.

La banda de sonido surgió del gusto de Bruno y me divirtió porque a mí me gusta mucho el universo del del rock valvular de los años 60 y 70. Me hace acordar a mi infancia y a todos los pibes más mayores de mi barrio, que eran todos muy en la línea Vox Dei, Manal, Pappo´s Blues… Cuando comentó que iba a poner un tema de El Reloj pensé, “este está loco”.

La letra de Magnetizado, de El Mató, aunque es más poética, describe literal lo que está pasando en ese apocalipsis porteño. Y bandas como esa permiten conectar con generaciones más jóvenes. Cuando vi ese capítulo con mis hijos, Germán y Santi, quedaron muy enganchados a través de esa canción.

Había muchos prejuicios sobre que la serie se iba a adaptar a un tono como más global, como estrategia para conectar con las audiencias internacionales de Netflix, pero una de las grandes sorpresas fue que está llena de elementos de una Argentina muy real y “callejera”.

Hay como un olfato muy especial que tiene Bruno por la cultura popular -que está reforzado por los grandes aportes de Ariel Staltari al guion-, que dio como resultado esa Buenos Aires tan actual en la que los chicos que laburan en Rappi y un pibe japonés que va a un colegio argentino son parte de un paisaje que nos resulta totalmente reconocible.

Todo eso fue una bendición para la adaptación de El Eternauta y no es fácil que quede de una forma tan natural como quedó. Me refiero a todos esos momentos vinculados con la espiritualidad de los sectores populares, con la tortilla santiagueña, con el rock, la cumbia… Son cosas que conectan de una manera muy genuina, sin ningún tipo de pretensión y sin necesidad de querer quedar bien con nadie.

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