La enorme mayoría de las dolorosas historias que se cuentan de la dictadura transcurren en las grandes ciudades como Córdoba, Rosario o Buenos Aires. Y tiene sentido: en los grandes conglomerados urbanos se dieron la mayor cantidad de secuestros y desapariciones y allí se instalaron la mayor cantidad de centros clandestinos de detención y tortura.
Sin embargo, las ciudades más chicas vivieron el infierno de una forma particularmente brutal, por aquello de que todos se conocen. El caso de Araceli Gutiérrez es particularmente significativo: fue secuestrada junto a su marido en la localidad bonaerense de Olavarría, estuvo ilegalmente detenida en el Monte Pelloni, a unos 20 kilómetros del centro de esa ciudad bonaerense y, ya en democracia, eligió vivir en ese mismo lugar en que fue torturada y violada para garantizar que la comunidad conociera de primera mano el horror planificado por sus verdugos.
"En 2014, después del juicio a los responsables de la represión en Olavarría, ya habíamos armado la regional local de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos y se planteó el tema del casero, de quien podía quedarse a cargo del Monte Pelloni y pensé 'voy yo, porque así la gente de Olavarria se va a acercar y va a tener la historia en primera persona', porque si había alguien que quería ir y lo recibía cualquiera que le decía 'pasen, que al fondo está todo' no iba a servir para nada", le contó Gutiérrez a C5N.
La represión en el centro de la provincia
La noche en que la secuestraron, fue trasladada al centro clandestino Monte Pelloni. La zona está llena de canteras. De hecho, la empresa dominante en Olavarría es Loma Negra, propiedad por entonces de la familia Fortabat. pero no es la única, y buena parte de la población olavarriense trabajó en ese oficio. Precisamente porque su militancia la había llevado a recorrer los alrededores de la ciudad, y a tomar contacto con los gremios de la construcción, Araceli pudo reconocer por dónde andaba “Por abajo de la venda veía, —recuerda ahora, a quien sus compañeros conocían como La Poquito por su muy menuda figura— y cuando doblamos, que ya sentimos camino de tierra, empecé a transpirar, digo "¿dónde nos llevan?" y ahí vi la cantera de Milessi, entonces reconocí que estábamos en Olavarría”.
En las causas Monte Peloni I y II, tramitadas en el juzgado de Mar del Plata, fueron juzgados por secuestros, tormentos y asesinatos los militares Aníbal Verdura, Walter Jorge Grosse -capitán y oficial de inteligencia-, Horacio Rubén Leites -teniente primero y jefe de escuadrón-, y Omar Antonio “el Pájaro” Ferreyra, sargento y miembro del grupo de tareas del escuadrón, muy conocido en Olavarría porque fue también funcionario de un intendetne radical pese a los escraches y denuncias de los organismos de DDHH.
Monte Pelloni
La persecución tuvo cierta lógica vinculada a lo reducido del territorio.
La historia del terrorismo de Estado en Olavarría (que en 1976 no tenía más de 100 mil habitantes) muestra que la persecución tuvo cierta lógica vinculada a lo reducido del territorio: en un principio, estuvo focalizada en los trabajadores, luego se trasladó a los abogados que los defendían, y por último se concentró en el movimiento estudiantil, de un vigor notable.
Las detenciones afectaron a los obreros de FABI (Fábrica Argentina de Bolsas Industriales) y la represión llegó luego a los trabajadores de Loma Negra, que habían hecho un paro ante la falta de respuesta a sus reclamos. La empresa convocó al Ejército y también hubo detenciones de las cuales el juicio demostró complicidad de algunos directivos. Algo similar ocurrió en Ladrillos Olavarría Sociedad Anónima (LOSA), donde los empresarios denunciaban sabotaje y las Fuerzas armadas los detenían.
La primera detención en los que se concentró el juicio fue la de un subcomisario, Francisco Nicolás Gutiérrez, el padre de Araceli. Sus captores querían que marcara dónde vivían su hija Isabel y su yerno, Juan Carlos Ledesma. "Lo lastimaron mucho a mi papá, porque no sabía o no quería decir donde estaba mi hermana —recuerda con dolor Araceli— y él no me lo contó, pero hay varios conocidos que relatan que le dieron a elegir entre mi hermana y yo, y eso le hizo muy mal. Y a mí también".
La democracia y la búsqueda de justicia
Cuando la sacaron del Monte Pelloni, a fines de 1977, la pasearon por varias cárceles, ya blanqueada y puesta a disposición del Poder Ejecutivo. Luego le dieron prisión domiciliaria y se fue a vivir a Córdoba, hasta que, con la llegada de la democracia, regresó a Olavarría. "Los vecinos nos abrazaban, se acordaban de todo, nos querían contar sus historias y nos preguntaban cómo nos había ido", recuerda.
Al igual que tantos sobrevivientes del horror, La Poquito es una persona con una vitalidad y un amor hacia el género humano desbordante.“Desde que salí de la cárcel e intenté reconstruir mi vida, con mis hijos y mi familia, supe que en dar testimonio y perseguir justicia tenía una batalla a la que no podía renunciar y una causa que debería defender siempre, por nosotros, por los que ya no estaban y porque era necesario que las personas que habían cometido esas atrocidades enfrentaran a la sociedad y asumieran las consecuencias”.
Cuando se planteó la necesidad de que se trasladara al lugar en que había vivido el horror de la tortura, Araceli vivía en La Plata, donde había creado un hogar para niños. “Dejé el hogar a cargo de unos compañeros y nos vinimos, nos vinimos como caseros con mi esposo y con tres hijos especiales que tengo adoptados”.
En un 24 de marzo caracterizado por un gobierno negacionista de los horrores de la dictadura, la historia de La Poquito abre caminos y arroja la luz que esta sociedad necesita para espantar a las tinieblas.